EROS MADE IN JAPAN
EROS y AMOR MADE IN JAPAN
por Amalia Sato
Publicado en Radar, Pagina 12, Buenos Aires, Argentina
27.04.03
Printemps, tu peux venir?
( Primavera, ¿puedes venir?)
Théophile Gautier
o velho ao
passo que dança
só nos cabelos
envelhece:
na mente –
reprimavera.
(el viejo en tanto
danza, sólo en los
cabellos envejece:
en su mente –
reprimavera)
Haroldo de Campos
“Gracias a Dios, hoy se llega directamente a Japón desde el Polo Norte. Esto tiene una ventaja: hacernos sentir que el Japón bien podría ser considerado como una península, como una isla de Europa”
Jacques Lacan
Mitología: Hay dos historias emblemáticas en el Kojiki (712), primera recopilación de los mitos de Japón, que son de signo contrario a las similares de Occidente. Izanagi, un Orfeo, desciende a los Infiernos y huye aterrado al ver a su amada mujer, ya horrible y putrefacta; la diosa Ama no Uzume al danzar y mostrar su sexo, provoca la risa de los dioses y despierta la curiosidad de Amaterasu, suerte de Proserpina, que sale de su escondite. Por un lado, la realidad de la muerte y el horror ante la fealdad, por otro, Eros como un espectáculo que libera, que desarma.
Falo. El japonólogo Marcel Revon opinaba que “el Budismo ha entristecido al antiguo pueblo de corazón alegre”. En una formación cultural primera, seguramente se funda esa sexualidad franca, acompañada por una intensidad emocional ante la naturaleza y las cosas humanas, un sentimentalismo impresionable y abierto, y un fervor inclaudicable ante la belleza. En la aldea de Kamitoyama, cerca de Kioto, se celebra una ceremonia donde se unen ramas con rostros pintados con tinta: son los amantes Seikuro y O-Matsu. En el santuario de Tagata, en la prefectura de Aichi, hay una procesión donde se porta un enorme Falo de madera, y hay imágenes de la diosa Benten sosteniendo una cítara abierta de piernas y exhibiendo su vulva. En la primera Historia oficial, Nihonshoki (Crónicas de Japón, 720), los aguzanieves enseñan el arte del amor, y las palomas el del beso. En Kojiki (Registro de los Antiguos Asuntos) así dialogan antes de copular, los dioses Izanagi (literalmente “hombre que invita”) e Izanami (“mujer que invita”), que darán nacimiento a las miles de islas de Japón : -El.- ¿Qué forma tiene tu cuerpo?- Ella.- Mi cuerpo tiene un lugar que no está completo. El.- Mi cuerpo tiene un lugar donde hay un exceso.
Siglo X: Edad dorada de la literatura de mujeres. La Corte en la época Heian. Gineceo de escritoras. Apogeo de la literatura escrita en el silabario hiragana, que culmina en El Libro de la Almohada de Sei Shonagon y el Romance de Genji de Murasaki Shikibu.
Erotismo cerebral. Celebración de la belleza frágil y angustia ante su visión. Mundo de vestidos de 12 capas, biombos bajos de donde asoman mangas con exquisitas combinaciones de colores, mundo nocturno donde los aromas son guía y reconocimiento. Hubo una secta (conocida como la Escuela de Tachikawa), desprendida de la secta budista Shingon, que durante tres siglos predicó la igualdad entre hombre y mujer, y proclamó el acceso a la budeidad a través de las relaciones sexuales sublimadas.
En el último período de la era Heian, el concepto de utsushi (reflejo, proyección y transición) dominaba la visión de los asuntos humanos. La desesperación por la calidad de eterno del amor se superaba con la creencia en que el amor perdido podía revivirse en las imágenes de personalidades plurales. El concepto clave es la palabra inga (o karma), la cual quizás ha establecido las barreras más infranqueables con el Oriente.
Sólo los espíritus más altos podían elegir la vía de irogonomi, esto es, la elección de enamorarse de una mujer noble, no lujuriosa; los dotados de majestad real disfrutaban de una libertad innata, y con la virtud de su sensualidad tentaban los límites de lo humano - como el príncipe Genji, protagonista de la primera novela en el siglo X.
Siglo XIV: Tiempo de guerras. La era de los monjes y samurai. Literatura de los ermitaños que ven la destrucción de las ciudades desde sus chozas en la montaña.
Gustar del amor. Kenkō Yoshida se retiró del mundo a los 40 años, y escribió un libro de observaciones llamado Tsurezuregusa (Ensayos ociosos, 1330), que sigue siendo todavía para muchos japoneses un libro de cabecera. Monje pero no santurrón, Kenko reconoce la cualidad propia del hombre, la humanidad. Dice: “Por más que descuelle en todo, un hombre que no guste del amor será alguien desolador: como una taza preciosa que careciera de fondo. Humedecer los vestidos en el rocío de la noche, no saber adónde dirigir los pasos vagabundos… perder la paz del corazón, tener el espíritu turbado por mil contratiempos y, además, y muy a menudo, solitario en el lecho, no poder conciliar el sueño, ¿no es esto la sal de la vida? Pasión de amor, digo, por cierto que tus raíces son profundas y tus fuentes lejanas… el deseo de la carne es lo único difícil de destruir en viejos y jóvenes, sabios y simples, todos son iguales”.
El amor entre hombres (nanshoku)
Según la tradición, fue introducido por los monjes budistas que regresaban de sus estadías en la China de la dinastía Tang, y fue parte integral de la conducta de las élites religiosas y militares. San Francisco Javier se sorprendió por su difusión y lo llamó el “vicio japonés”. Antes de la Restauración Meiji había tolerancia hacia la homosexualidad, cuya “edad dorada” en el período Edo dio lugar a una literatura cuyos temas ficcionales eran homoeróticos.
“Cuando el amor por un joven se confiesa, disminuye su valor. El amor verdadero alcanza su más alta y noble forma cuando alguien se lleva su secreto a la tumba” (Hagakure, código samurai del siglo XVIII).
Siglo XVII: El tiempo de las grandes ciudades Nara, Kyoto, Kamakura, Edo, Osaka. Y del desarrollo de los puertos de Nagasaki, Otsu, Sakai. Comercio con China y con los holandeses. Y piratería japonesa en Corea y en la boca del YanTseKiang. También hallazgo de minas de oro y plata. Un Japón que selecciona sus contactos y que encierra el placer en barrios, donde la democracia la crea el dinero. Triunfo de la cultura de los comerciantes que entroniza a la mujer en el centro de la escena amorosa.
Mundo flotante. “Vivir el momento presente. Unicamente estar atento a la belleza de la luna o la nieve, a los cerezos en flor, a las hojas del arce, cantar, beber, ser feliz al dejarse flotar y llevar, responder a la mirada fija de la tristeza con una soberana indiferencia, rechazar todo desaliento y, como una pajita, entregarse a la corriente del río. Esto es lo que llamamos mundo efímero y flotante”. (De Cuentos del mundo flotante, Kyoto, 1661)
Ciudad sin noche. Yoshiwara. La Meca del Placer por más de 250 años, la Ciudad sin Noche donde los grandes artistas, Utamaro, Hokusari, Shunsho, Toyokuni y Eisen, encontraban inspiración. Rodeada de un muro bajo, con un portón que se cerraba de noche, de ella partían ocultándose con sombreros de grandes alas los libertinos antes del amanecer. Era una sociedad paralela con sus hosterías, casas de té, restaurantes; el reino de la clase comerciante (que estaba en el último lugar de las clases feudales) y frecuentada, con riesgo de muerte, por samurai y monjes. Cuando la cerraron en 1957, multitudes acudieron de todo el país para ver cómo la abandonaban las mujeres arrasadas en llanto.
Shunga (Imágenes de Primavera). Edmond de Goncourt, fascinado con los movimientos de amor, en un éxtasis que la pintura occidental reservó a la mística religiosa, escribió sobre las estampas de Utamaro (1703-1806): “Por cierto que la pintura erótica de este pueblo ha de ser estudiada por los fanáticos del dibujo: por la fogosidad, por la furia de las cópulas, como encolerizadas; por las volteretas en celo que derriban los biombos de la habitación; por el embrollo de los cuerpos fundidos; por el nerviosismo del goce de los brazos, que al mismo tiempo atraen y rechazan el coito; por la epilepsia de los pies con dedos retorcidos que se debaten en el aire; por esos besos devoradores boca a boca; por los desmayos femeninos con la cabeza echada hacia atrás y la “petite morte” dibujada en el rostro, con los ojos cerrados bajo los pesados párpados; en fin, por esa fuerza, ese poder del trazo, que hace del dibujo de una verga algo semejante a la mano del Museo del Louvre, atribuida a Miguel Angel”.
Lectura de los gestos femeninos. Goncourt citaba el texto del connaisseur Jippensha Ikku, que acompañaba el Album de las Casas Verdes de Utamaro; le atraían esas mujeres de Yoshiwara, que tenían la dicción de las damas de la Corte. El fragmento con advertencias era uno de sus preferidos: “Aquella que se sumerge en la lectura de un libro, sin preocuparse por el cotorreo ajeno, será quien te entretenga más agradablemente una vez que entres en su intimidad. Aquella que, cada tanto, cuchichea con sus vecinas, se tapa la cara para apagar su risa y te mira en el blanco de los ojos, es capaz de trastornarte con sorprendente astucia. Esa que mete su mano en el kimono a la altura del pecho, la barbilla hacia abajo, y que mira luego largo rato al vacío, reprime una pena de amor; ella no será divertida las primeras veces, pero el día que ganes su corazón, no te dejará nunca …”.
Objetos y símbolos del mundo amoroso. Los pañuelitos de papel arrugados que proliferan en la escena de amor (nuigishi), los mosquiteros, el durazno con su hendidura que se repite en el gesto obsceno de quien pliega su antebrazo, los nabos, los champignones, los tanuki (tejones), los zorros, los cedros tan suaves, las bolas con cascabeles para que suenen dentro del cuerpo (rinno-tama), los caracoles … el cuello maquillado de blanco (shirakubi) y, sobre todo, el locus erótico por antonomasia, clave en la imaginería fetichista: la nuca inmaculada.
¿Verdad del amor? De Correo al Infierno de Chikamatsu (1653-1724): “Así, en el mundo del amor, no hay ni verdad ni contraverdad, pues sólo la existencia de ciertas afinidades da lugar a la sinceridad”.
Cara de zorra. Belleza ideal. La cara alargada y con ojos muy rasgados. Misterio del rostro de la mujer zorra, abnegada esposa, pero celosa y vengativa cuando se ve traicionada. El rostro unisex que honran Utamaro, Hokusai y Eisen.
Geisha. Su arte es disimular, eludir la cruda gramática de la sexualidad: sexo o no, prostituta o no, con una conducta evanescente en lo tocante a sus relaciones sexuales. No cometer un solo error social, ser una encantadora conversadora, saber divertir con todas las artes de salón, dominar la danza, el canto, la música. Presentarse impecable con su peinado de laca y su cutis de porcelana, en su dominio, “el mundo de las flores y los sauces” (karyūkai). La curiosa secuencia se inicia - para ser exactos - con los entretenedores sociales hombres (los hookan o taikomochi), a quienes suceden las mujeres que a su vez copian al travesti de teatro - que era la sublimación de la femineidad – para terminar en un Occidente que las erige en ícono de Japón. Actualmente, momento del geisha craze, promovido por el bestsellerismo norteamericano, proliferan los libros sobre este misterio en extinción, visto con simpatía hasta por antropólogas norteamericanas que se inician en el arduo aprendizaje (como Liza Dalby), explotado por un japonólogo como Arthur Golden, narrado desde la experiencia por Kiki Takahashi o Mineko Iwasaki. Mujeres seducidas por la oportunidad de usar un conocimiento y experimentar, quizás, con su propia sensualidad, al flirtear con la reinvención de otro erotismo, son las lectoras de estos nuevos y disimulados manuales, que no cesan de recibir acérrimas críticas de parte de las feministas.
Siglos XX y XXI: Japón- vanguardia miniaturesca en los netsuké tecnológicos, Japón-vanguardia en nuevos conceptos de género que el manga dispersa. Y todavía las islas pestaña como utopía para una lectura de lo otro.
“(…) Tiene razón al sentir que no es la misma hipocresía: el oriental no está cristianizado. Y es esto lo que trataremos de profundizar (…)” (Lacan, Seminario XXIII El síntoma)
Japón contemporáneo. Théo Lésoual’ch, uno de los estudiosos más reconocidos, en su Erotique du Japon (1978, Ed. Henri Veyrier; 1968, Ed.Jean Jacques Pauvert) – presente en la maravillosa biblioteca de Oscar Naviliat – observa con mucha reticencia las manifestaciones de un erotismo contemporáneo violento. Para T.L la esclerosis de la tradición, tal vez el complejo de inferioridad ante la culpa occidental (¿) o el infierno de la mirada en una sociedad con poco espacio y muchedumbres explican “los extremismos desesperados que se libran dentro de la violencia” (¿). En su último capítulo, registra los que ya son los datos “clásicos” para desconcertar al lector foráneo: Ordeal by Roses (Torturado por las Rosas), el libro de fotografías de Eikoh Hosoe con Mishima como protagonista; El Imperio de los Sentidos ( Ai no Korida, 1975), la película de Nagisa Oshima que narra la historia de Abe Sada la mujer de 30 años que estrangula a su amado y corta sus genitales, el grupo de teatro liderado por Hijikata con sus desnudos en torsiones torturadas … Japón, para él, otra vez, como lo extremo y abstruso. ¿Nuevamente Loti?: “Siempre lo raro, sea como sea, lo extravagante, lo macabro. Por todas partes objetos con sorpresa que parecen ser concepciones incomprensibles de cerebros conformados al revés de los nuestros” (El Japón, 1889). Simplemente…deseo: el “eres tú mismo” reconocido en el otro, ya inscripto en los viejos textos budistas.
por Amalia Sato
Publicado en Radar, Pagina 12, Buenos Aires, Argentina
27.04.03
Printemps, tu peux venir?
( Primavera, ¿puedes venir?)
Théophile Gautier
o velho ao
passo que dança
só nos cabelos
envelhece:
na mente –
reprimavera.
(el viejo en tanto
danza, sólo en los
cabellos envejece:
en su mente –
reprimavera)
Haroldo de Campos
“Gracias a Dios, hoy se llega directamente a Japón desde el Polo Norte. Esto tiene una ventaja: hacernos sentir que el Japón bien podría ser considerado como una península, como una isla de Europa”
Jacques Lacan
Mitología: Hay dos historias emblemáticas en el Kojiki (712), primera recopilación de los mitos de Japón, que son de signo contrario a las similares de Occidente. Izanagi, un Orfeo, desciende a los Infiernos y huye aterrado al ver a su amada mujer, ya horrible y putrefacta; la diosa Ama no Uzume al danzar y mostrar su sexo, provoca la risa de los dioses y despierta la curiosidad de Amaterasu, suerte de Proserpina, que sale de su escondite. Por un lado, la realidad de la muerte y el horror ante la fealdad, por otro, Eros como un espectáculo que libera, que desarma.
Falo. El japonólogo Marcel Revon opinaba que “el Budismo ha entristecido al antiguo pueblo de corazón alegre”. En una formación cultural primera, seguramente se funda esa sexualidad franca, acompañada por una intensidad emocional ante la naturaleza y las cosas humanas, un sentimentalismo impresionable y abierto, y un fervor inclaudicable ante la belleza. En la aldea de Kamitoyama, cerca de Kioto, se celebra una ceremonia donde se unen ramas con rostros pintados con tinta: son los amantes Seikuro y O-Matsu. En el santuario de Tagata, en la prefectura de Aichi, hay una procesión donde se porta un enorme Falo de madera, y hay imágenes de la diosa Benten sosteniendo una cítara abierta de piernas y exhibiendo su vulva. En la primera Historia oficial, Nihonshoki (Crónicas de Japón, 720), los aguzanieves enseñan el arte del amor, y las palomas el del beso. En Kojiki (Registro de los Antiguos Asuntos) así dialogan antes de copular, los dioses Izanagi (literalmente “hombre que invita”) e Izanami (“mujer que invita”), que darán nacimiento a las miles de islas de Japón : -El.- ¿Qué forma tiene tu cuerpo?- Ella.- Mi cuerpo tiene un lugar que no está completo. El.- Mi cuerpo tiene un lugar donde hay un exceso.
Siglo X: Edad dorada de la literatura de mujeres. La Corte en la época Heian. Gineceo de escritoras. Apogeo de la literatura escrita en el silabario hiragana, que culmina en El Libro de la Almohada de Sei Shonagon y el Romance de Genji de Murasaki Shikibu.
Erotismo cerebral. Celebración de la belleza frágil y angustia ante su visión. Mundo de vestidos de 12 capas, biombos bajos de donde asoman mangas con exquisitas combinaciones de colores, mundo nocturno donde los aromas son guía y reconocimiento. Hubo una secta (conocida como la Escuela de Tachikawa), desprendida de la secta budista Shingon, que durante tres siglos predicó la igualdad entre hombre y mujer, y proclamó el acceso a la budeidad a través de las relaciones sexuales sublimadas.
En el último período de la era Heian, el concepto de utsushi (reflejo, proyección y transición) dominaba la visión de los asuntos humanos. La desesperación por la calidad de eterno del amor se superaba con la creencia en que el amor perdido podía revivirse en las imágenes de personalidades plurales. El concepto clave es la palabra inga (o karma), la cual quizás ha establecido las barreras más infranqueables con el Oriente.
Sólo los espíritus más altos podían elegir la vía de irogonomi, esto es, la elección de enamorarse de una mujer noble, no lujuriosa; los dotados de majestad real disfrutaban de una libertad innata, y con la virtud de su sensualidad tentaban los límites de lo humano - como el príncipe Genji, protagonista de la primera novela en el siglo X.
Siglo XIV: Tiempo de guerras. La era de los monjes y samurai. Literatura de los ermitaños que ven la destrucción de las ciudades desde sus chozas en la montaña.
Gustar del amor. Kenkō Yoshida se retiró del mundo a los 40 años, y escribió un libro de observaciones llamado Tsurezuregusa (Ensayos ociosos, 1330), que sigue siendo todavía para muchos japoneses un libro de cabecera. Monje pero no santurrón, Kenko reconoce la cualidad propia del hombre, la humanidad. Dice: “Por más que descuelle en todo, un hombre que no guste del amor será alguien desolador: como una taza preciosa que careciera de fondo. Humedecer los vestidos en el rocío de la noche, no saber adónde dirigir los pasos vagabundos… perder la paz del corazón, tener el espíritu turbado por mil contratiempos y, además, y muy a menudo, solitario en el lecho, no poder conciliar el sueño, ¿no es esto la sal de la vida? Pasión de amor, digo, por cierto que tus raíces son profundas y tus fuentes lejanas… el deseo de la carne es lo único difícil de destruir en viejos y jóvenes, sabios y simples, todos son iguales”.
El amor entre hombres (nanshoku)
Según la tradición, fue introducido por los monjes budistas que regresaban de sus estadías en la China de la dinastía Tang, y fue parte integral de la conducta de las élites religiosas y militares. San Francisco Javier se sorprendió por su difusión y lo llamó el “vicio japonés”. Antes de la Restauración Meiji había tolerancia hacia la homosexualidad, cuya “edad dorada” en el período Edo dio lugar a una literatura cuyos temas ficcionales eran homoeróticos.
“Cuando el amor por un joven se confiesa, disminuye su valor. El amor verdadero alcanza su más alta y noble forma cuando alguien se lleva su secreto a la tumba” (Hagakure, código samurai del siglo XVIII).
Siglo XVII: El tiempo de las grandes ciudades Nara, Kyoto, Kamakura, Edo, Osaka. Y del desarrollo de los puertos de Nagasaki, Otsu, Sakai. Comercio con China y con los holandeses. Y piratería japonesa en Corea y en la boca del YanTseKiang. También hallazgo de minas de oro y plata. Un Japón que selecciona sus contactos y que encierra el placer en barrios, donde la democracia la crea el dinero. Triunfo de la cultura de los comerciantes que entroniza a la mujer en el centro de la escena amorosa.
Mundo flotante. “Vivir el momento presente. Unicamente estar atento a la belleza de la luna o la nieve, a los cerezos en flor, a las hojas del arce, cantar, beber, ser feliz al dejarse flotar y llevar, responder a la mirada fija de la tristeza con una soberana indiferencia, rechazar todo desaliento y, como una pajita, entregarse a la corriente del río. Esto es lo que llamamos mundo efímero y flotante”. (De Cuentos del mundo flotante, Kyoto, 1661)
Ciudad sin noche. Yoshiwara. La Meca del Placer por más de 250 años, la Ciudad sin Noche donde los grandes artistas, Utamaro, Hokusari, Shunsho, Toyokuni y Eisen, encontraban inspiración. Rodeada de un muro bajo, con un portón que se cerraba de noche, de ella partían ocultándose con sombreros de grandes alas los libertinos antes del amanecer. Era una sociedad paralela con sus hosterías, casas de té, restaurantes; el reino de la clase comerciante (que estaba en el último lugar de las clases feudales) y frecuentada, con riesgo de muerte, por samurai y monjes. Cuando la cerraron en 1957, multitudes acudieron de todo el país para ver cómo la abandonaban las mujeres arrasadas en llanto.
Shunga (Imágenes de Primavera). Edmond de Goncourt, fascinado con los movimientos de amor, en un éxtasis que la pintura occidental reservó a la mística religiosa, escribió sobre las estampas de Utamaro (1703-1806): “Por cierto que la pintura erótica de este pueblo ha de ser estudiada por los fanáticos del dibujo: por la fogosidad, por la furia de las cópulas, como encolerizadas; por las volteretas en celo que derriban los biombos de la habitación; por el embrollo de los cuerpos fundidos; por el nerviosismo del goce de los brazos, que al mismo tiempo atraen y rechazan el coito; por la epilepsia de los pies con dedos retorcidos que se debaten en el aire; por esos besos devoradores boca a boca; por los desmayos femeninos con la cabeza echada hacia atrás y la “petite morte” dibujada en el rostro, con los ojos cerrados bajo los pesados párpados; en fin, por esa fuerza, ese poder del trazo, que hace del dibujo de una verga algo semejante a la mano del Museo del Louvre, atribuida a Miguel Angel”.
Lectura de los gestos femeninos. Goncourt citaba el texto del connaisseur Jippensha Ikku, que acompañaba el Album de las Casas Verdes de Utamaro; le atraían esas mujeres de Yoshiwara, que tenían la dicción de las damas de la Corte. El fragmento con advertencias era uno de sus preferidos: “Aquella que se sumerge en la lectura de un libro, sin preocuparse por el cotorreo ajeno, será quien te entretenga más agradablemente una vez que entres en su intimidad. Aquella que, cada tanto, cuchichea con sus vecinas, se tapa la cara para apagar su risa y te mira en el blanco de los ojos, es capaz de trastornarte con sorprendente astucia. Esa que mete su mano en el kimono a la altura del pecho, la barbilla hacia abajo, y que mira luego largo rato al vacío, reprime una pena de amor; ella no será divertida las primeras veces, pero el día que ganes su corazón, no te dejará nunca …”.
Objetos y símbolos del mundo amoroso. Los pañuelitos de papel arrugados que proliferan en la escena de amor (nuigishi), los mosquiteros, el durazno con su hendidura que se repite en el gesto obsceno de quien pliega su antebrazo, los nabos, los champignones, los tanuki (tejones), los zorros, los cedros tan suaves, las bolas con cascabeles para que suenen dentro del cuerpo (rinno-tama), los caracoles … el cuello maquillado de blanco (shirakubi) y, sobre todo, el locus erótico por antonomasia, clave en la imaginería fetichista: la nuca inmaculada.
¿Verdad del amor? De Correo al Infierno de Chikamatsu (1653-1724): “Así, en el mundo del amor, no hay ni verdad ni contraverdad, pues sólo la existencia de ciertas afinidades da lugar a la sinceridad”.
Cara de zorra. Belleza ideal. La cara alargada y con ojos muy rasgados. Misterio del rostro de la mujer zorra, abnegada esposa, pero celosa y vengativa cuando se ve traicionada. El rostro unisex que honran Utamaro, Hokusai y Eisen.
Geisha. Su arte es disimular, eludir la cruda gramática de la sexualidad: sexo o no, prostituta o no, con una conducta evanescente en lo tocante a sus relaciones sexuales. No cometer un solo error social, ser una encantadora conversadora, saber divertir con todas las artes de salón, dominar la danza, el canto, la música. Presentarse impecable con su peinado de laca y su cutis de porcelana, en su dominio, “el mundo de las flores y los sauces” (karyūkai). La curiosa secuencia se inicia - para ser exactos - con los entretenedores sociales hombres (los hookan o taikomochi), a quienes suceden las mujeres que a su vez copian al travesti de teatro - que era la sublimación de la femineidad – para terminar en un Occidente que las erige en ícono de Japón. Actualmente, momento del geisha craze, promovido por el bestsellerismo norteamericano, proliferan los libros sobre este misterio en extinción, visto con simpatía hasta por antropólogas norteamericanas que se inician en el arduo aprendizaje (como Liza Dalby), explotado por un japonólogo como Arthur Golden, narrado desde la experiencia por Kiki Takahashi o Mineko Iwasaki. Mujeres seducidas por la oportunidad de usar un conocimiento y experimentar, quizás, con su propia sensualidad, al flirtear con la reinvención de otro erotismo, son las lectoras de estos nuevos y disimulados manuales, que no cesan de recibir acérrimas críticas de parte de las feministas.
Siglos XX y XXI: Japón- vanguardia miniaturesca en los netsuké tecnológicos, Japón-vanguardia en nuevos conceptos de género que el manga dispersa. Y todavía las islas pestaña como utopía para una lectura de lo otro.
“(…) Tiene razón al sentir que no es la misma hipocresía: el oriental no está cristianizado. Y es esto lo que trataremos de profundizar (…)” (Lacan, Seminario XXIII El síntoma)
Japón contemporáneo. Théo Lésoual’ch, uno de los estudiosos más reconocidos, en su Erotique du Japon (1978, Ed. Henri Veyrier; 1968, Ed.Jean Jacques Pauvert) – presente en la maravillosa biblioteca de Oscar Naviliat – observa con mucha reticencia las manifestaciones de un erotismo contemporáneo violento. Para T.L la esclerosis de la tradición, tal vez el complejo de inferioridad ante la culpa occidental (¿) o el infierno de la mirada en una sociedad con poco espacio y muchedumbres explican “los extremismos desesperados que se libran dentro de la violencia” (¿). En su último capítulo, registra los que ya son los datos “clásicos” para desconcertar al lector foráneo: Ordeal by Roses (Torturado por las Rosas), el libro de fotografías de Eikoh Hosoe con Mishima como protagonista; El Imperio de los Sentidos ( Ai no Korida, 1975), la película de Nagisa Oshima que narra la historia de Abe Sada la mujer de 30 años que estrangula a su amado y corta sus genitales, el grupo de teatro liderado por Hijikata con sus desnudos en torsiones torturadas … Japón, para él, otra vez, como lo extremo y abstruso. ¿Nuevamente Loti?: “Siempre lo raro, sea como sea, lo extravagante, lo macabro. Por todas partes objetos con sorpresa que parecen ser concepciones incomprensibles de cerebros conformados al revés de los nuestros” (El Japón, 1889). Simplemente…deseo: el “eres tú mismo” reconocido en el otro, ya inscripto en los viejos textos budistas.
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