El inútil esfuerzo de lo bello

Por Amalia Sato

Diario Clarin, sabado 3 de mayo de 2003


Abril 2003, mes de un Kawabata boom aquí en Buenos Aires. Lanzamiento de dos libros: uno, reedición a cuarenta años de la primera traducción al español de País de nieve; otro, reunión de cuentos y una obra de teatro en traducción del original japonés. Además, la puesta en escena de "La parte del temblor", basada en La casa de las bellas durmientes.
Figura emblemática desde muy joven, miembro de la Escuela de las Nuevas Sensibilidades (Shinkankaku School), guionista de un clásico del cine experimental de 1926 ("Una página de locura" dirigida por Kinugasa Teinosuke), Kawabata, autor nunca prolífico, cierra su ciclo de novelas donde naturaleza y hombre se iluminan, con deslumbrantes obras en su "narrativa de vejez"donde la muerte toma el lugar del entorno natural. Su vida había transcurrido con una presencia de muerte que sólo "el inútil esfuerzo" sobre el que Kawabata permanentemente vuelve podía mitigar en parte: inútil esfuerzo por acceder a la belleza, a los conocimientos de un Occidente trasvasado, inútil esfuerzo de la literatura.
Perseguido por las pérdidas -la de su padre cuando era una criatura de dieciocho meses, su madre un año más tarde, su nodriza a los seis, su hermana a los diez, a los catorce su último familiar, el abuelo-, en esa sucesión leyeron los estudiosos japoneses una "disposición de huérfano", reflejada en una incapacidad para aceptar la amabilidad y el afecto de otros sin especular sobre sus motivaciones.
Toda la obra de Kawabata refleja, por otra parte, su fascinación con un tipo de mujer idealizada, una suerte de Bodhisatttva que todo lo da. La mujer de apariencia límpida y virginal, y actitud maternal. Esta identificación mística con la naturaleza y esa reverencia hacia la mujer quedan desplazadas más tarde por una cosmología de signo contrario: la mención y función que paulatinamente cumplen el brazo y la palma de la mano en sus relatos son síntomas de una obsesión por una armonía quebrada, que ya aparecen en los escritos de su producción intermedia, y que culminarán en Un brazo, relato donde la presencia de la mujer se reduce a eso.
Al recibir en 1968 el Premio Nobel, al que mucho colaboraron las espléndidas tra ducciones al inglés de Edward Seidensticker, Kawabata invocó el bello Japón, el Japón estético que desde el siglo XIX intriga a Occidente. Un Japón tradicional, "ya desaparecido", que él recreaba en espacios naturales alejados de lo urbano: "el otro mundo", central también en la obra de Izumi Kyoka, Natsume Soseki o Abe Kobo. Lugares fuera de la cotidianeidad, marcados por la presencia del agua y el encuentro con una bella mujer especial, característicos de la literatura moderna japonesa, donde hay una regresión a lo maternal cuando el hombre se deja dominar por el sentimiento de amae (tomar provecho de la benignidad de otro, mostrarse como un niño consentido): síntoma del fracaso de la occidentalización de Japón, sentencian los especialistas.
En País de nieve, que para muchos es su mejor novela, un hombre de Tokio, casado, heredero de una cierta fortuna, vuelve durante tres inviernos a la región más fría para encontrarse con una mujer. La presencia de otra joven crea una tensión virginal que contrapesa la voluptuosidad de la geisha. En la noción de estructura novelística que Kawabata trabajaba, los incidentes eran más importantes que las conclusiones, y por eso lo más rico de la novela son los diálogos. Muchos compararon su desarrollo con el de una obra de teatro noh: el viajero que sucesivamente interroga, la mujer que poco a poco revela su vida. El gran final con un incendio cierra con fuego el misterio: tardó años en decidirlo, pues su placer eran los desarrollos morosos que los plazos de entrega a la revista le permitían (en 1935 inició la publicación por episodios, en 1948 dio su versión definitiva). Como en los versos encadenados, la serie era lo que le interesaba. Sobre una disciplina de ascesis estética: observar nieve lejana o adivinar formas en ella, practicada desde el siglo VIII por los aristócratas, agrega este visitante su historia de amor intermitente.
También "eterno viajero", al decir de Yukio Mishima, Kawabata, que dejó muchísimos escritos inconclusos, solía practicar un curioso ejercicio: reducía los textos extensos a lo que llamaba "relatos del tamaño de la palma de una mano", operación en la que lo consideraban maestro. Hay una versión de estas características de País de nieve donde toda la novela se condensa en una escena con un espejo.
El volumen de Primera nieve en el monte Fuji reúne nueve relatos y una obra de teatro. Aquí el escenario es la ciudad, con sus casas contiguas y su falta de intimidad, los matrimonios y sus secretos, los datos -la guerra que lleva a un joven a convertirse en actriz, la naturaleza alterada-, los suburbios, los pueblos cercanos donde todavía circulan las historias de fantasmas. Emociones asfixiadas, sin la belleza de un marco natural. Otra vez, la maestría de sus diálogos. La reticencia. Y como cierre, una pieza que recrea el desencuentro provocado por la guerra entre los clanes Taira y Minamoto, ¿siglo XII?, en todo caso, el repetido dolor y el reencuentro entre un padre ciego y su hija, en el lacónico lenguaje poético del teatro.
A Kawabata le atraían las "islas en un mar distante". Estos dos libros así trabajan su estilo elusivo tan influido por el clásico del siglo X, el Romance de Genji. Active el lector para percibirlo en bruma su ilusión de una lengua donde hay un modo para los hombres y otro para las mujeres, con una entonación, desinencias verbales y vocabularios diversos, donde los adjetivos declinan con indicaciones temporales, donde hay infinidad de desinencias para la duda, la suposición, lo incompleto.
Los trabajos de traducción de Juan Forn para País de nieve, y de Jaime Barrera Parra para la antología de cuentos Primera nieve en el monte Fuji, a partir de la versión en inglés y los originales japoneses, respectivamente, se suman a un corpus de literatura japonesa en español, en este caso, latinoamericano, desde Argentina y Colombia. Ejercicios de estilo para la biblioteca de clásicos, que hacen suyo el lema esencial "make it new": el trabajo de Forn convierte los diálogos en un script preciso, la trasliteración de Barrera de la obra de teatro es aérea. Agreguemos la resolución impactante de Alberto Félix Alberto, en su puesta en el Teatro del Sur, de ese relato que García Márquez habría deseado escribir y sólo pudo recrear. Lecturas nuevas. Tan necesarias, por lo menos, cada cuarenta años.

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