Sergio Pangaro. Los senores chinos. (Presentacion 1999)
Presentacion de Los senores chinos, de Sergio Pangaro, en el Centro Cultural de Espana en Buenos Aires, 1999. Por Amalia Sato
Otro fin de siglo. Sin exposiciones universales, sin mujeres-niñas-muñecas de Pierre Loti o Lafcadio Hearn que contrasten con las histéricas de Charcot, sin exotismos.
En cambio, un caldero donde flotan Madonna teñida de laca con batón rojo, vahos de incienso, el manga, artes marciales, una tecnología netsuké, bandejas de sushi y también verborragia al ritmo del videoclip.
Lejos de cualquier guiño que convoque a la risa programada, entre 1995 y 1998 Sergio Pángaro publica en la revista Tokonoma, sus cuatro textos: El señor Tao, El señor Wo, El señor Kono y El señor Fu. Hoy reunidos en un libro, conclusión de una feliz persistencia.
Enriqueciendo cierta lista de curiosos hacedores, que yo iniciaría en Judith Gautier, Sergio se ve con derecho a formular cierto Oriente. Creo que la modificación en el texto del boletín de Barbaria. Donde debía decir: "así obra Sergio Pángaro", dice "Así la obra de Sergio Pángaro" me permite entrever un sujeto fantasma que no es esta noche otra que Judith presente en errata.
De Van Gogh que decía que Arles era su Japón. Supongo que Sergio también tomaría nota de esta observación de Vincent a Theo: " Ahora si sabes lo que es una "mousmée" (lo sabrás cuando hayas leído Madame Chrysanthéme de Loti). Acabo de pintar una. Una "mousmée" es una muchacha japonesa - en mi caso provenzal -de doce a catorce años".
Sospecho de los procedimientos de Sergio, y no me cuesta imaginarlo organizando un inventario visual desde una vidriera de antigüedades en la avenida Alvear, o tomando apuntes de la peregrinación de un dragón de papel por la calle Arribeños. O abstraído ante una marina o una naturaleza muerta. O subrayando en un saqueo personal las ediciones de sus libros preferidos, en un sampleo de músico. Dicho con todo respeto, en mucho, Sergio escribe de oído, organizando sus palabras con una melodía. Resignando en la teoría interna que ha elaborado, cierta exigencia de lo personal en pro de un ready made que superponga los fragmentos más delicados de lo que le gusta.
Por eso me encanta también narrarle las pequeñas escenas que he vivido, donde cierto exceso en el ambiente acompaña una frase cantada. Y estoy segura de que no habría sitio que más lo conmoviera que la Plaza Garibaldi en México DF, una noche de semana, con los mariachis entonando boleros a las parejas que se balancean con el fondo de un kiosko de peluches. Porque Sergio no le teme al sentimentalismo, sabe dónde detenerse.
Que la sonoridad acompañe un sentido. Que la frase de efecto coincida con la armonía de un golpe de batuta de acrílico. ¿Será eso lo que se propone?
Alejado de todo pastiche, el laconismo se desliza con un demorado paneo sin tiempos muertos. Aún, pretender fundar con recaudos de ironía y humor cierta noción de belleza.
Con líneas que podrían dignificar un libro de autoayuda ejerce una lógica paradójica, la que contrapone para no resolver, dolor y belleza con verdad, alma con corazón. Sentencias de maestros, que no son sino señores que se saben rodear de misterios, no más que líneas en un diálogo desencantado. De aquellos que "hablan de lo que no dominan".
En estado de permanentes celos, dominado por el monstruo de ojos verdes, desconfiado e irónico, en una escenografía llena de trucos, alguien recibe frases como lecciones: "No uses la burla como argumento". "Es necesario apuntar una luz sobre la naturaleza del hombre. Sorprenderlo mientras arranca flores al costado del camino de la virtud". O argumenta por la esperanzada curiosidad del artista: "Si no fuera que este puñal puede matarme, atravesaría con él mi corazón, para callarle".
Lemas que titilan como neones en una ciudad hopperiana.
Para terminar
¿Qué nos ha convocado esta noche? Un estilo, eso que los antiguos definían como la particular inclinación del cálamo, o la personal incisión de un punzón en la tabla encerada. Eso, una personal elección operada sobre el material de la lengua con objeto de conseguir determinados efectos. Otro sello. La señal de un nuevo escritor.
Amalia Sato
Buenos Aires, 9 de julio de 1999.
Otro fin de siglo. Sin exposiciones universales, sin mujeres-niñas-muñecas de Pierre Loti o Lafcadio Hearn que contrasten con las histéricas de Charcot, sin exotismos.
En cambio, un caldero donde flotan Madonna teñida de laca con batón rojo, vahos de incienso, el manga, artes marciales, una tecnología netsuké, bandejas de sushi y también verborragia al ritmo del videoclip.
Lejos de cualquier guiño que convoque a la risa programada, entre 1995 y 1998 Sergio Pángaro publica en la revista Tokonoma, sus cuatro textos: El señor Tao, El señor Wo, El señor Kono y El señor Fu. Hoy reunidos en un libro, conclusión de una feliz persistencia.
Enriqueciendo cierta lista de curiosos hacedores, que yo iniciaría en Judith Gautier, Sergio se ve con derecho a formular cierto Oriente. Creo que la modificación en el texto del boletín de Barbaria. Donde debía decir: "así obra Sergio Pángaro", dice "Así la obra de Sergio Pángaro" me permite entrever un sujeto fantasma que no es esta noche otra que Judith presente en errata.
De Van Gogh que decía que Arles era su Japón. Supongo que Sergio también tomaría nota de esta observación de Vincent a Theo: " Ahora si sabes lo que es una "mousmée" (lo sabrás cuando hayas leído Madame Chrysanthéme de Loti). Acabo de pintar una. Una "mousmée" es una muchacha japonesa - en mi caso provenzal -de doce a catorce años".
Sospecho de los procedimientos de Sergio, y no me cuesta imaginarlo organizando un inventario visual desde una vidriera de antigüedades en la avenida Alvear, o tomando apuntes de la peregrinación de un dragón de papel por la calle Arribeños. O abstraído ante una marina o una naturaleza muerta. O subrayando en un saqueo personal las ediciones de sus libros preferidos, en un sampleo de músico. Dicho con todo respeto, en mucho, Sergio escribe de oído, organizando sus palabras con una melodía. Resignando en la teoría interna que ha elaborado, cierta exigencia de lo personal en pro de un ready made que superponga los fragmentos más delicados de lo que le gusta.
Por eso me encanta también narrarle las pequeñas escenas que he vivido, donde cierto exceso en el ambiente acompaña una frase cantada. Y estoy segura de que no habría sitio que más lo conmoviera que la Plaza Garibaldi en México DF, una noche de semana, con los mariachis entonando boleros a las parejas que se balancean con el fondo de un kiosko de peluches. Porque Sergio no le teme al sentimentalismo, sabe dónde detenerse.
Que la sonoridad acompañe un sentido. Que la frase de efecto coincida con la armonía de un golpe de batuta de acrílico. ¿Será eso lo que se propone?
Alejado de todo pastiche, el laconismo se desliza con un demorado paneo sin tiempos muertos. Aún, pretender fundar con recaudos de ironía y humor cierta noción de belleza.
Con líneas que podrían dignificar un libro de autoayuda ejerce una lógica paradójica, la que contrapone para no resolver, dolor y belleza con verdad, alma con corazón. Sentencias de maestros, que no son sino señores que se saben rodear de misterios, no más que líneas en un diálogo desencantado. De aquellos que "hablan de lo que no dominan".
En estado de permanentes celos, dominado por el monstruo de ojos verdes, desconfiado e irónico, en una escenografía llena de trucos, alguien recibe frases como lecciones: "No uses la burla como argumento". "Es necesario apuntar una luz sobre la naturaleza del hombre. Sorprenderlo mientras arranca flores al costado del camino de la virtud". O argumenta por la esperanzada curiosidad del artista: "Si no fuera que este puñal puede matarme, atravesaría con él mi corazón, para callarle".
Lemas que titilan como neones en una ciudad hopperiana.
Para terminar
¿Qué nos ha convocado esta noche? Un estilo, eso que los antiguos definían como la particular inclinación del cálamo, o la personal incisión de un punzón en la tabla encerada. Eso, una personal elección operada sobre el material de la lengua con objeto de conseguir determinados efectos. Otro sello. La señal de un nuevo escritor.
Amalia Sato
Buenos Aires, 9 de julio de 1999.
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