Jornada sobre Feminismo Japones, organizada por Chizuko Ueno, en el Colegio de Mexico, 1997. Exposicion de lectura.

Capítulo IX: Políticas del cuerpo
Amalia Sato


Referidos a temáticas tan dispares como: la situación de las mujeres del mundo de midzushôbai (demimonde), la relación de los japoneses con la prostitución de mujeres en el sudeste de Asia, las consecuencias de la dieta, la crítica a un concurso de belleza, la violencia en el hogar, una reconsideración de la violación, el lesbianismo y la sexualidad en mujeres impedidas, estos escritos en su mayoría han aparecido en diarios o revistas, como discursos de choque. Reflejo de las variadas posturas del feminismo propio de los años 90, imbuido de concepciones del posmodernismo.
El feminismo radical basado en una esencia de mujer fija, el intento del feminismo liberal de la igualdad de la mujer y el hombre, el concepto humanista marxista de una "verdadera naturaleza humana" son ejemplos de ese "sujeto universal" cuya muerte anunciaba esta última década. Superada la etapa de la dicotomía absoluta, los nuevos planteos integran diferencias e individualidad en la consideración de los problemas y reconceptualizan no la sexualidad sino las sexualidades de las mujeres.
Los entrelaza su denuncia de la opresión sobre el cuerpo de las mujeres, el modo como la sociedad instrumenta políticas sobre el cuerpo físico de las mujeres para someterlas a situaciones de dominio. La operación es el desenmascaramiento de construcciones sociales, la visibilización de las estructuras aceptadas.
Ciertamente que el avance de teorías antropológicas y sociológicas pluralistas, que operan con la noción de un Japón multirracial y culturalmente diverso, han influido en la ampliación de la visión feminista. El Japón post-bubble, con un clima de recesión que limita los puestos de trabajo, es también una sociedad más sensible, que no puede dejar de percibir, por ejemplo, la presencia de los trabajadores extranjeros (filipinos, latinoamericanos, coreanos o iraníes) que la hacen tomar conciencia de su carácter de sociedad híbrida, de convergencia. El modelo conceptual de un medio homógeneo y único, sostenido por los teóricos del Nihonjinron de los años 70, ya no es válido, y similares modificaciones enriquecen el discurso feminista radical de dicotomías absolutas. Ahora hay tantos matices cuantas posiciones: si el feminismo es política, hay capacidad de elaborar nuevas estrategias para nuevas percepciones.
Un concepto vertebral para la variedad de los temas aquí presentados es el de representación, pues, como muestran las autoras, la tiranía de los estereotipos, de las fantasías impuestas (estéticas, sexuales) doblega muchas veces la posibilidad de ejercer la diferencia, sometidas las mujeres a esquemas de representación que consideran ideales, naturales, o difíciles de modificar.
Si la política liberacionista de los 60 y 70 se concentró en el cuerpo como lugar de represión y resaltó la relación inseparable del cuerpo con la identidad, si durante los 80, la identidad fue objeto de un análisis intensivo psicoanalítico y semiótico, ahora de nuevo en los 90 se vuelve a una corporalidad, pero no exactamente igual a la de tres décadas atrás. Hay interés en los límites y disoluciones de los cuerpos, y en su reestructuración no sólo por el género sino por preferencias sexuales, de raza, clase, globalización o tecnología.
Si bien es cierto que, tras la revolución sexual, las mujeres lograron una mayor autonomía, también sucede que en medio de todos estos cambios, su exposición ha aumentado y, como consecuencia, también su vulnerabilidad: el derecho a ejercer la privacidad es planteado también en alguno de los textos.
Frente al peculiar juego entre teoría y praxis que caracteriza al feminismo, juego en el que los dos momentos no se oponen sino que se superponen, las autoras presentadas plantean un paso a la acción: sus escritos no dan mucho margen a la teoría formulada, sino que son una invitación a dar forma a aspiraciones del presente.

Jukae (1944-) "Las camareras que murieron en la ciudad satélite": Revisando las circunstancias y consecuencias de un incendio donde mueren muchas hostess, en proporción más víctimas mujeres que hombres, Jukae muestra cómo el sistema de discriminación y opresión convierte al mundo del midzu shôbai, el mundo de los negocios que no tienen seguridad, como el agua corriente, en refugio de las rechazadas por la sociedad.
Es durante la Ocupación americana cuando, si bien se recomienda la eliminación de burdeles, éstos continúan bajo la denominación de "establecimientos para beber y comer" (tokushu inshokuten) de un modo informal. En este microcosmos, donde los proxenetas están conectados con la mafia (yakuza) encuentran un lugar: las mujeres de Okinawa, territorio devuelto por los americanos en 1972; las coreanas, una nacionalidad tradicionalmente desvalorizada ; las mujeres burakumin, miembros de un estrato social incluido categoría en la inconcebible de hinin (no-humanos), las madres solteras. Y si bien se decreta la Ley Antiprostitución en 1958, ésta, según señala Fujima Yuki , castiga a la mujer que ejerce la prostitución pero no al cliente que compra su servicio.
Sobre la pertenencia étnica o social, Jukae quiere probar que el estigma de ser mujeres acrecienta el padecimiento y la falta de reconocimiento legal.

Matsui (1934-) "Recorriendo las zonas de prostitución de Asia" :
el tema de la explotación de las jóvenes karayuki japonesas, efecto de la modernización Meiji , se enfrenta especularmente con la prostitución de las mujeres del sudeste asiático como consecuencia del boom económico y los tours sexuales de turistas japoneses, o con la "exportación" de tailandesas o filipinas en la década de 1980.
Sobre la historia de las jóvenes de Kyûshû que en número de hasta cien mil fueron vendidas como esclavas sexuales en Asia, Sudeste asiático, India y hasta América durante las primeras décadas del siglo XX, queda el testimonio de sus lápidas, y como irónica fuente de datos la autobiografía de Muraoka Iheiji (1867-1942), un traficante, que luego fue simpatizante del militarismo nacionalista de 1930.
Hay también un film de Kumai Kei Sandakan Brothel (Sandakan hachiban shôkan, 1974) que denuncia la prostitución de mujeres por soldados japoneses en Borneo durante la Segunda Guerra desde una radical concepción ginecéntrica: en él dos mujeres se unen en una relación lesbiana, como un modo de hermandad ante el avasallamiento masculino.
El análisis operativo de Matsui es ver el problema como un enfrentamiento Norte-Sur: en primer plano, el establecimiento de un marco económico para pasar a la denuncia y a la acción política. El orden económico internacional duplica el orden masculino: recesión económica o invasión económica significan explotación de mujeres.

Nakadzima en su artículo "Síntomas de enfermedad en grupos que hacen
dieta" cuestiona la imposición de cánones como otra forma de sexismo y destrucción. Sin ambages Nakadzima califica a todas las mujeres que hacen dieta como enfermas, que se someten como esclavas mensurables. Cabe preguntarse a qué imaginario responden estas jóvenes japonesas esqueléticas. ¿Cómo leer la tortura de las dietas?. ¿Desde la ortodoxia feminista para la que el martirologio de las flacas evidencia la nostalgia de que la mujer no exista, o como un síntoma del cambio en el gusto erótico colectivo, que va de la misoginia a la paidofilia?. ¿El cuerpo sin atributos de la modelo ideal evoca a la mujer aristocrática o al muchachito impúber?. ¿La iconografía de los medios y la TV es el tirano de la insatisfacción permanente con el propio cuerpo?
Y en el caso de Japón, la aspiración a una figura tan escuálida ¿responde a los mismos estereotipos de Occidente, o como sucedió en otros asuntos un modo de expresión de identidades nacionales más confusas, otro alerta después de la crisis del petróleo?, ¿hay otras influencias en la indiferenciación andrógina: el estilo burikko (la chica "que posa") entre provocativa e inocente, con su mensaje contradictorio de no querer aceptar una sexualidad comprometida, influye en esta conducta? ¿acaso los modelos enfermizos de un modo adolescente que se quiere prolongar, esa cultura de las "niñas", de los adult children de los años 80, de identidades abiertas, marcadas por el comic, con sus ropas deportivas, casi escolares, y sonrisas saludables, tal vez reflejan el impasse del Japón postboom económico que no quiere crecer pues no sabe adónde dirigirse?. ¿No comer, ser delgado, no tener formas es la respuesta a un materialismo vacío por el que no vale la pena madurar?

La "Declaración contra el concurso Miss Tokyo 1990" redactada por Matsui: arremete contra el que quizás deba cosiderarse el primer éxito de una globalización de la imagen: de las pin-up a la pasarela de los concursos de belleza, que se institucionalizan en América poco antes de la gran depresión de 1930, nunca hubo un patrón tan estricto para borrar las particularidades personales, étnicas o culturales, y crear un modelo de emulación, tal vez la primera aldea global mensurable en 90-60-90.
Desde que en 1950 Ito Kinuko, la representante de Japón, salió tercera en el Concurso de Miss Universo, los mismos cánones caucásicos se vieron como una posibilidad para las figuras de las japonesas. Antes de este evento, la belleza se centraba en la cara más que en las proporciones del cuerpo entero. Interesante fue el efecto que las mestizas, las "half" nacidas de la unión de mujeres japonesas con soldados de la Ocupación americana, provocaron en el concepto de belleza. Tan fuerte como el impacto de reconocerse en el mundo europeo en Meiji debe de haber sido este choque con el "otro" instalado en el propio medio, e ir reconociendo - admirando pero censurando al mismo tiempo - la presencia de nuevas imágenes de mujer. Un seguimiento de la iconografía de revistas femeninas revela la previsible imposición de la belleza caucásica: el rostro alargado, la nariz más fuerte, el maquillaje que agrande los ojos y juegue de adecuado camouflage, son frente a la cara redonda, los atributos de la sensualidad. Rasgos que se van difundiendo junto con la Revolución sexual en respuesta a las fantasías masculinas. Actualmente, con cierta seguridad por los cánones asiáticos, se tolera un rostro "más étnico" aunque se emula la misma silueta universal.
Aquí el concurso de belleza Miss Tokyo es objetado desde la legalidad de decretos antidiscriminatorios. La Declaración emitida por la oficina de Mitsui Mariko contra el Concurso no cae en la usual protesta que rechaza el rol de la mujer como objeto o mero envase, y no argumenta desde la denuncia de la comercialización de los atributos físicos, un mecanismo propio del capitalismo. En cambio, exige el cumplimiento de los pactos del Tratado de 1985 contra la discriminación de las mujeres, planteando el asunto como una exigencia de imagen, improcedente para cubrir el cargo de relaciones públicas o personal jerárquico que luego ejercerá la ganadora en la muncipalidad de Tokio.

El trabajo de Naitô (1957-) "Violencia en el hogar. Mujeres, familia,
violencia", sienta una base de la problemática de las mujeres: la
localización paredes adentro de sus problemas, la violencia en el ámbito doméstico, de la que no se habla, que no se reconoce, que se niega. El reconocimiento de la violencia como producto de una situación estructurada. Naitô denuncia el espacio físico y legal más primario, el ie o casa, que no es sólo el lugar donde la mujer perdía su identidad sino también un concepto jurídico abolido por la Ocupación en 1947, pero cuya opresión subsiste . El rápido cambio de modelo, de familia extendida a familia nuclear, y la gran proporción de mujeres dedicadas sólo a la crianza de los niños - la más alta en la historia japonesa -, un dato curioso en la generación que ha pasado por la revolución sexual, no hicieron sino aislar a la mujer dentro de cuatro paredes. Nada fue más evidente en la década del 50 que el rápido desarrollo de la urbanización: mientras las prefecturas perdían su población rural, crecían las ciudades satélites con sus hileras de monoblocks de minúsculos departamentos. En diez años el promedio de personas por unidad habitacional pasa a 3,32 %, y la carga emocional de supervisar la economía y la educación de los hijos recae en las espaldas de las mujeres.
Las 2DK (two rooms and a dinette kitchen) y las 3 c's (car, cooler y colour tv) son las siglas populares para designar los logros materiales de la pareja nuclear. En los 90, dentro de ese reducto donde las únicas tres palabras que algunos maridos pronuncian al volver rendidos de sus empleos son meshi, furo, futon , la neurosis de las mujeres estalla en violencia contra sí mismas o contra sus hijos, mientras los ancianos que viven solos se suicidan, y los hombres desaparecen durmiendo o reaparecen violentos. Socialización primaria, abuso emocional y psicológico, abuso físico y sexual son los padecimientos de una mujer ubicada como débil en una estructura de opresión. Tiempo libre sin libertad, poco espacio y aislamiento en una soledad sin creatividad.
¿Será que el sistema de roles por género de la post-guerra: por un lado libertades y derechos, por otro, standarización de la mujer como ama de casa -destaquemos que 1955 fue además del año del inicio del crecimiento económico, el del lanzamiento de la figura del ama de casa - recién ahora se resquebraja, mostrando sus costos emocionales? La típica familia nuclear, funcional y genealógicamente recluida en el ie, ese cuerpo corporativo de corresidentes, cada uno cumpliendo su rol, no se ha liberado de la violencia: si antes en la familia extendida la pelea de la mujer era con su suegra, reproductora ésta de la dominación patriarcal, ahora la violencia es entre esposos.
Naitô pide que lo privado se lea como político: sólo así estas mujeres que son débiles estructurales que no pueden escapar a sus situaciones podrán ser reconocidas. Su planteo de feminismo como antiviolencia y su aseveración de que los hombres emplean la violencia como método, abre en el último párrafo un programa larvado: que se corte la reproducción del sistema en la formación de los hombres - léase mediante educación en el hogar o en las escuelas -, haciendo conscientes a las mujeres que son madres a no convertirse en transmisoras de un sistema que luego oprimirá a sus congéneres.

Matsuura, una autora de narraciones lesbianas, desafía en "Ríanse: los violadores no pueden despreciar a las mujeres" la noción que victimiza y así estigmatiza a la mujer violada. Su lema es no víctima. Desbarata el argumento del violador, no denominando su motivo deseo sexual sino necesidad de ofensa, con lo cual la mujer puede rever el tradicional papel de víctima o supuesta provocadora armándose de una estrategia nueva ante la violencia.
Desbaratar la erotización del poder, quebrar la complicidad de un goce sadomasoquista, despreciar y no temer al victimario, son los recursos de Matsuura que generaron respuestas irritadas y sorprendidas.

Kakejuda (1964-) en "¿Quiénes son las lesbianas?" plantea con vehemencia el conflicto que se suscita entre lo público y lo privado y la peligrosa exposición que se crea cuando una mujer declara abiertamente su lesbianismo. Pues, si bien la estrategia de exponerse es por un lado una decisión heroica, por otro, la mujer queda entrampada en una identidad lesbiana estereotipada. El conflicto se alimenta desde la propia aceptación de la denominación, que por un lado tiene su origen en la literatura griega - con una connotación de relación erótica -, y por otro tiene impuesta una suposición de relación que reproduce una situación de dominio de alguien que asume un rol activo sobre otra pasiva.
La historia de la homosexualidad femenina, o de la relación de atracción entre mujeres en Japón, no está documentada, como sí lo está el homosexualismo masculino, cuya edad de oro en Edo se prolonga en uno de los íconos exotistas por antonomasia, la geisha. Y aunque algunas estudiosas siguen la trayectoria de las monjas itinerantes (ura bikuni), las mujeres entretenedoras (arukimiko) o las músicas ciegas (goze) para trazar una historia no oficial de cultura de mujeres independientes, mientras otras investigadoras arriesgan la suposición de que la educación escolar moderna, con el vínculo de las dôseiai (amigas estudiantes), pudo favorecer ciertos matices homosexuales femeninos, lo cierto es que no hay ninguna genealogía articulada.
Sí puede ubicarse la condena de la homosexualidad masculina como acto criminal en la modernidad, con leyes condenatorias de 1872 en el código civil, y reconocer el período en el que más se teorizó la noción de homosexualidad como enfermedad en la década de 1920, cuando el texto de Richard Kraft Ebing Psychopathia sexualis, se popularizó en Japón, y la catalogó como patología. Así se clausuraba el código premoderno de nanshoku, la atracción centrada en el elogio de la belleza.
Pero el tema de la homosexualidad de las mujeres no se manifiesta. La autora, que fue una de las primeras en declarar públicamente su "lesbianismo", se inclina por el compromiso de fundar lo propio, esto es, un modo individual y personal de respetar las emociones. El reconocimiento de un deseo femenino diferente o autónomo, no definido ni por oposición ni como emulación de la sexualidad masculina, y a su vez con características culturales propias, que no apele a conceptos importados que no representan la realidad de las mujeres japonesas.

El trabajo de Asaka (1956-) "La sexualidad de las mujeres con impedimentos físicos",indaga la cuestión sexualidades y no sexualidad única, y la pregunta sobre qué se designa como deseo sexual.
El tema de una sexualidad diferente de la heterosexual, matrimonial y coital conmociona las estructuras aceptadas por la mayoría. La sexualidad de las mujeres con alguna discapacidad desafía la norma de la relación cuyo fin primordial es engendrar hijos, desenmascara estructuras donde el placer queda relegado a un segundo plano y, contrastada con la sexualidad de los varones impedidos, muestra el padecimiento de un mayor grado de discriminación.
Por otra parte, cabría preguntarse qué fantasías con respecto a la normalidad física son vigentes en Japón, si los horrores físicos provocados por la Segunda Guerra, convertidos luego en experiencia cotidiana, no habrán contribuido a nuevas categorizaciones en las imágenes del cuerpo somático, hasta qué grado los cuerpos fragmentados o los monstruos que pueblan la narrativa de posguerra reflejan una llaga física, más tarde reavivada con las malformaciones que la polución química del desarrollo económico desbocado provocara.
La autora, que fue madre soltera después de los 40, y cuya hija repitió su discapacidad, probó personalmente los desafíos que la hipocresía de la sociedad de no impedidos le negaba.


Militantes de base del feminismo japonés, todas estas autoras tienen un interés concreto en una situación delimitada. Las situaciones que recorta este capítulo son propuestas tácticas. La nitidez de los perímetros que trazan es una posición. Su denuncia ilumina una parte de la problemática harto compleja de las mujeres en una sociedad en la que la diversificación de los estilos de vida de la mujer, dentro de un esquema de ávidos intereses capitalistas, desencaja las rígidas estructuras de la sociedad tradicional.
El cuerpo, soporte material de las relaciones sociales en que participamos, sede de producción simbólica, es plural, heteróclito, complejo. No hay un cuerpo de mujer sino cuerpos de mujeres, dicen estos textos, parte de micronarrativas multipolares y heterogéneas.

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