I Olores perdidos El olfato es quizás el menos estimado de los sentidos. El auditivo, funciona a tiempo completo y rara vez nos abandona. El tacto, nos moviliza y conmueve. Por el gusto, se pueden gastar fortunas. Y la visión, qué duda cabe, es la indiscutible reina del mundo moderno. En este conjunto, los olores son de una entidad más bien dispersa. Cuando uno escucha a los sommeliers describir las cualidades de un vino, no puede sino maravillarse ante la imaginación de esa gente. Pero por lo general, en materia aromática, fragancias y perfumes tienen espacio limitado y el tópico suele agotarse en disquisiciones más bien banales acerca de vaharandas nauseabundas y tufos hediondos. Los olores, parecería, son casi prescindibles en nuestras vidas. Sin embargo, hay olores que se registran en algún lugar del cerebro y permanecen como referencias nítidas ligadas a tiempos y lugares de nuestra experiencia. Por ejemplo, si me dejaran en este momento con una venda en los ojos en medi...
Conocí a Atsuko Tanabe en 1987, durante la cena de despedida de un congreso de especialistas en Asia y Africa (el V de Aladaa en Buenos Aires). Estaba encargada de algunas tareas de organización, y allí en el tumulto del típico ambiente de cierre: brindis, intercambios de tarjetas y saludos, alguien de impecable cabellera negra muy suavemente se acercó a la mesa donde yo estaba, y me deslizó unos libros (la primera antología de cuentos de Premiá) para que conservara algún ejemplar y repartiera el resto "para hacer conocer la literatura japonesa". Así se inició, en medio de la dispersión, esta amistad que ha sido fundamental para mí, este lazo con quien con generosidad me introdujo al mundo de la literatura japonesa. Volvimos a vernos sólo una vez más, en 1989, durante mi primer viaje a México, el del deslumbramiento. Entonces hubo tiempo para almuerzos con Ryôshiro, para conocer su casa de la calle Serenata en las Colinas del Sur, a sus animales: dos perros Akita, una gata, ...
Comentarios
Publicar un comentario