Delia Pasini en un reportaje para la revista La balandra, y la buena noticia de que sus traducciones de Gerald Manley Hopkins han sido publicadas bajo el sello series tokonoma.



La balandra Reportaje a Delia Pasini –¿Hubo en tu infancia alguna idea, aunque sea inconsistente, sobre la tarea que desempeña un traductor? –¿Hubo algún episodio clave, alguna lectura o traducción que disparó tu decisión de dedicarte a la traducción? ¿Cuándo comprendiste el significado de esa profesión? Cuando era chica, estudiaba inglés pero no leía todavía literatura en esa lengua, disfrutaba de las traducciones, de las versiones. Leyendo Jane Eyre a los ocho, me llamó la atención cuando se hablaba del rector del orfanato, que decían que era tan cruel como un “cochero eslavo”. Me quedó esto sonando y me preguntaba cómo serían esos cocheros, si amargados por falta de dinero, o sanguinarios con los caballos. Me hice una policial rusa en la cabeza. La nieve y Moscú se colaron en Jane Eyre, y esto por años. Cuando a los 16 años, la leí en inglés entendí que no era eso, el traductor se había equivocado: la expresión era slave driver (traficante de esclavos). Creo que ahí decidí dedicarme algún día a la traducción literaria. Y me anoté en el Salvador para estudiar traductorado, en ese entonces sólo el legal, y no me agradaba traducir documentos. Entré a una repartición de Naciones Unidas y me dediqué a textos de ciencia aplicada, especialidad que me agradaba. No quise ir a Letras porque quería ser poeta y no quería un título académico, eludí la carrera. –¿Tuviste maestros que hayan sido claves en tu desempeño como traductora? Enrique Pezzoni, en Sudamericana, con quien tuve un trato frecuente, fue un transmisor de oficio. Recuerdo que me tomó una prueba de La voie de son maitre, de Bernard Pingaut (del nouveau roman) y que me aconsejaba con insistencia que no se podía poner todo. No trabajé en traducciones con él, aunque tuve el gusto de ver publicado mi segundo libro de poemas Los peces de ceniza con tapa de Leonora Carrington en su editorial. A quien también reconozco como un maestro es Patrick Dudgeon, mi profesor en la Asociación Cultural Inglesa, de Juncal y Arroyo, una eminencia en Shakespeare, y todavía me acuerdo párrafos de memoria, sobre todo de Ricardo II. Unas mañanas de clases inolvidables. –¿Sentís que el ser poeta te facilita la tarea como traductora, te la dificulta o no influye?¿Notás alguna diferencia entre traducir narrativa y traducir poesía? ¿Un género te resulta más sencillo que otro? Ser poeta me facilita, es fundamental. La armonía, los acordes, claro que me favorece. Y me resulta más cómodo traducir poesía, porque “se precipita” y me encanta manejar las variables poéticas. La narrativa mal traducida puede ser muy aburrida, por el afán de no traicionar, en prosa se pone todo y se traiciona más. –Dados tus años de profesión, ¿podés acercarte a una editorial y presentar proyectos de traducción, o sólo trabajás por encargo? Trabajo exclusivamente para Losada desde 1999, una editorial que revalorizó a Shakespeare, a Pinter, con sus antologías bilingües, sus colecciones aniversario, con un editor como Miguel de Torre, hijo de Norah Borges y Guillermo de Torre, con quien es un gusto dialogar. Ricardo II lo pedí especialmente, así como Cuentos de inviernos, también hice Otelo, Trabajos de amor perdidos, todos los Enriques, todo Wilde, Marlowe, Lewis Carrol, Yeats, Katherine Mansfield y su An indiscrte journey que titulé Un viaje imprudente y no Una jornada indiscreta, estoy ahora trabajando en una antología bilingüe de Emily Dickinson, recibí en 2002 el Premio Universidad de Buenos Aires a la mejor traducción teatral por Wilde. –¿Hay algún traductor/a contemporáneo/a en particular a quien admires? Admiro a Aurora Bernárdez, a Victoria Ocampo, a Borges, a la gente del Grupo Sur, siempre me pareció que en nuestro país la traducción literaria tenía un peso, era parte de una tradición espectacular. Y de los contemporáneos, sin duda, Miguel Sanz, el traductor al español de Tomas Bernhardt. –¿Fantaseaste alguna vez con traducir tu propia obra al inglés? Me lo propusieron pero no se dio hasta ahora. No siento tanto esta necesidad, me parece que tal vez mis poemas serían muy artificiosos pasados a otra lengua. –¿Cómo fue la experiencia de traducir Alicia en el País de las Maravillas, una obra tan compleja para un traductor por los constantes juegos de lenguaje? Fue retornar a la felicidad de la infancia, recuerdo los juegos de sonidos para no falsear las rimas. Charly Begue, mi marido, se divertía sobre todo con la traducción de los versos, descubrimos que en una versión española pusieron una cuarteta de una fábula de Iriarte para salvar la dificultad. Fue uno de los libros que menos stress me causó, pura diversión y placer, especialmente en el momento de las parodias a consejos morales. –¿Tenés algún proyecto “soñado” que querrías traducir, sólo que aún no tuviste la oportunidad? Sí, desde hace años que propongo a Gerald Manley Hopkins, su obra completa, pero no lo ven como comercial. Tengo avanzado el trabajo con muchos poemas pero por ahora ahí están.

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