Aneta Armendariz. Palabras para acompañar su muestra de fotos

Por las 24 fotos de Aneta Armendariz Amalia Sato Trabajo fulmíneo de ojo y dedo. La serie inhibe en mí cualquier intento interpretativo: conejos, un gato ante una taza de café con leche, un cachorrito negro mojado, plantas de aloe vera, una escultura vegetal de durazno con semilla de palta (¿), muchas madres, embarazadas, unas manos masculinas sosteniendo un kokeshi matrioshka, niños, señores de espaldas, jóvenes en acción, un padre con un hijo compartiendo una mesa post asado (¿), una señora en su jardín(¿), un edificio en construcción, una estatua de cuerpos entrelazados. Ya la descripción se vuelve interpretación (risible). Piezas de un puzzle, en tonos pastel rococó o gris tipo fealdad urbana, personajes y mascotas entrañables. Les cuadran las palabras de Fosco Maraini: “La fotografía debe ser espontánea, auténtica, natural y carpita all’ empresente (permítanme dejar esta expresión en italiano regional). No debe perder su fundamental característica de instintividad”. Y en su conjunto estas fotos de Aneta Armendariz ilan un pedido, una afirmación, una convicción. La historia más extraña sobre la importancia de las fotografías la escuché hace años de una alumna: la señora había perdido todo en un incendio, provocado por un descuido de su suegra en la cocina en la casa que colindaba con la suya, mientras ponía a salvo a la anciana, le gritó a su hijo que corriera a salvar los álbumes de fotos, que eran para ella lo importante, eso me contó y sé que suena a cuento (de Kawabata). Como aquellas, estas de Aneta, con mucho de guiño personal, también me parecen rescatadas de sus incendios.

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