Presentacion de Tokonoma 10, por Rafael Cippolini, en el Centro Cultural de Espana en Buenos Aires

Variaciones sobre Tokonoma como Orbis Tertius

Cada uno de los números de Tokonoma es un nuevo capítulo en la construcción de un Orbis Tertius. Y esos capítulos no son sucesivos, sino que van cayendo (lloviendo), como las piezas del Tetris, con una velocidad de gravedad que es propiamente tokonomense.
Tokonoma podría definirse como un grupo de escritores y de artistas cuyo común denominador es el aporte de un abracadabra al Atlas de un Oriente de la imaginación. Esos abracadabras deben entenderse como unidades de exploración: se explora abriendo un territorio. Un territorio que es materia porosa, dispuesto a provocar innumerables ósmosis.

Todo Orbis Tertius tiene su Tlön y su Uqbar.
Los diez números de Tokonoma pueden leerse, además de cómo un Atlas, como la enciclopedia de una fantástica (en el sentido que Novalis proporcionó al término: una ciencia de la Fantasía, la construcción de un saber sobre una fantasía determinada). Esta enciclopedia consta de los diez volúmenes de una revista (los diez tomos de una enciclopedia), de un libro (el Japón en Tokonoma, de Amalia Sato, primer y único volumen de ediciones Tokonoma) que bien puede leerse como el epítome de esa enciclopedia y de un disco (un cd): Puntuaciones musicales para el cuento de Mori Ogai “Sansho Dayu”, el soundtrack o banda de sonido de la enciclopedia.

Amalia Sato se propuso explorar el imaginario de la cultura oriental en general y japonesa en particular. Por eso en estas publicaciones encontramos todo tipo de abordajes (los citados abracadabras), de los que enumeraré apenas algunos, sin ninguna exhaustividad: el ensayo erudito sobre cultura japonesa (tal como lo practican Guillermo Quartucci y la misma Amalia), el estudio de la influencia y diseminación de la literatura oriental (en textos de Haroldo de Campos, John Timoty Wixted, César Aira, Silvio Mattoni, Roberto Cignoni y Mario Levín), el Oriente y el Japón como inspiración (pienso muy específicamente en los poemas de Alfredo Prior y el la saga de Los Señores Chinos de Sergio Pángaro), en traducciones de textos japoneses (Kuwabara, Tanizaki, Ogai, Yoshimura, Komachi, Shikibu, Oe, Zeami, Basho, entre tantos otros), ensayos sobre literatura o cultura de Guillermo Piro, Sosa Días, Raúl Rosetti, Delia Pasini, María Gabriela Mizraje, Victoria Lescano y Paolo Guerrieri, las traducciones de Amalia Sato, Hugo Savino, Roberto Raschella, Arturo Carrera, Silvio Mattoni, Mercedes Roffé, entre tantas, en los poemas de Simona Coral, Mercedes Roffé, Susana Szwarc, Liliana Lukin, María Negroni, Eduardo Espina y Basilia Papastamatiú, la dramaturgia en la obra en colaboración de Héctor Libertella, relatos como los de Diego Posadas y Sofía González Bonorino, las finas estampas de Juan José Cambre, de Osvaldo Monzo y de Sergio Avello y en esa máquina de guerra que es la escritura de Luis Thonis, enérgico polígrafo que actúa como ideólogo, poeta, teórico, polemista, erudito, narrador y analista.
Todos estos nombres pueden utilizarse como un casting apresurado (y siempre provisorio) de nuestro Orbis Tertius.

En su inspiración Lezamiana y tal como lo afirman los versos del etrusco de la calle Trocadero de La Habana, Tokonoma abre hacia la compañía insuperable y la conversación en una esquina de Alejandría.
Todos ustedes saben que la inspiración del nombre de esta revista-enciclopedia-Orbis Tertius proviene de un poema de Lezama Lima, el Pabellón del Vacío.
Y en ese sentido, hace rato que me siento tokonomizado.
Es que antes de la existencia de Tokonoma como revista, yo ya era un muchacho Tokonoma. Y es que Tokonoma es el inconsciente de mi canon adolescente.
En Tokonoma fui desplegando detalles del mi canon de hace veintitantos años: Masako Togawa y el policial como una iluminación de la brutalidad de un haiku, los aforismos de Salvador Elizondo y la inmortalidad de los chinos, Héctor Libertella y el libro de cera de Mallarmé, Xul y el infinito que brota de la opción degenerada, Damo Suzuki de Can manipulado por artefactos de Burroughs y Barthes, el Payo Roqué y la Buenos Aires Bohemia de la época de Carlos Pellegrini traducida a unas vasijas chinas y con el Collège de ‘Pataphysique como escenario y los gauchos budistas como traducción drogada de un improbable Trakl.

A mí particularmente me interesa mucho el oriente imprevisto, o sea: no sólo el oriente imaginado como un planeta personal, sino aquel que aparece cuando menos lo esperábamos.
El oriente que se precipita en el malentendido.
Y como ejemplo, leeré una anécdota que leí cuando aún era un teen, que veinteañeros aceptamos con Sosa Días como una contraseña, un relato que entendí como una parábola zen y desde entonces funciona en mí con la contundencia de un proverbio.
Escribió (en los ochenta) César Aira:

(...) “Recuerdo que una noche caminábamos por el centro (Osvaldo Lamborghini y yo) y cruzamos a una prostituta de las que entonces, hace veinte años, todavía podían verse en Buenos Aires: pintada como un mascarón, cargada de joyas baratas, con ropa chillona, gorda, vieja. Osvaldo dijo, pensativo: “¿Po qué será que los yiros parecen seres del pasado?” Yo oí mal y le respondí: “No creas. Mirá Mao Tsé Tung”. Se detuvo estupefacto, y me dirigió una mirada extraña. Por un instante el malentendido abarcó toda la literatura y más. Han tenido que pasar tantos años y tantas cosas para que yo pudiera leer en esa mirada, o en el pasado mismo, lo que me quiso decir: “Por fin entendiste algo”.

Ese tipo de entendimiento es el que busco en Tokonoma, el satori que hace de un grupo amigable y heterogéneo de gente un Orbis Tertius, que no es ni una ficción, ni mucho menos una utopía sino una práctica.

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