Conocí a Atsuko Tanabe en 1987, durante la cena de despedida de un congreso de especialistas en Asia y Africa (el V de Aladaa en Buenos Aires). Estaba encargada de algunas tareas de organización, y allí en el tumulto del típico ambiente de cierre: brindis, intercambios de tarjetas y saludos, alguien de impecable cabellera negra muy suavemente se acercó a la mesa donde yo estaba, y me deslizó unos libros (la primera antología de cuentos de Premiá) para que conservara algún ejemplar y repartiera el resto "para hacer conocer la literatura japonesa". Así se inició, en medio de la dispersión, esta amistad que ha sido fundamental para mí, este lazo con quien con generosidad me introdujo al mundo de la literatura japonesa. Volvimos a vernos sólo una vez más, en 1989, durante mi primer viaje a México, el del deslumbramiento. Entonces hubo tiempo para almuerzos con Ryôshiro, para conocer su casa de la calle Serenata en las Colinas del Sur, a sus animales: dos perros Akita, una gata, ...
Felicitaciones por este nuevo número, tan rico en sugerencias.
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